La agonía de mis bolsillos
es más cierta que tu corazón desbaratado.
Estás donde nunca te deseé:
colgando de la manecilla de este reloj de arena.
Pasan sábanas de gemidos lentos,
como una hoguera sorda a mediados de julio.
Y el reloj campanea pavoroso
para regatearle tiempo al tiempo.
La batalla está perdida.
La posguerra me devora.